Muchos profesores se refugiaron en especializaciones académicas y en un lenguaje arcano que los hacía irrelevantes para la tarea de defender la universidad como bien público, salvo en algunos casos para un público muy reducido. Esto ha quedado cada vez más claro en los últimos años, a medida que los académicos se han ido aislando, a menudo sin querer o sin poder defender la universidad como bien público, a pesar de los ataques generalizados a la libertad académica, al papel de la universidad como esfera pública democrática y a la creciente reducción del conocimiento a mercancía vendible, y de los estudiantes a clientes.