-
¿De verdad? ¿Si pudiera odiar a mi entrenador? Eso sería lo ideal. Preferiría despreciar a esta persona con el fuego de diez mil soles. Por eso, cuando salgo de aquí caminando -no, arrastrándome- al final de mis entrenamientos, quiero adormecerme imaginando a mi talentoso e inspirador entrenador atropellado por un autobús. Un autobús que conduzco yo.