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El camino de la autopurificación es duro y escarpado. Uno tiene que volverse absolutamente libre de pasiones en pensamiento, palabra y acción para elevarse por encima de las corrientes opuestas de amor y odio, apego y repulsión. Sé que todavía no tengo en mí esa triple pureza, a pesar de esforzarme incesantemente por conseguirla. Por eso los elogios del mundo no me conmueven, es más, muy a menudo me escuecen. Conquistar las pasiones sutiles me parece mucho más difícil que la conquista física del mundo por la fuerza de las armas.