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  • En el fondo, todos somos ciudades fantasma. A todos nos persigue el recuerdo de los que amamos, de aquellos con los que sentimos que tenemos asuntos pendientes. Aunque ya no estén con nosotros, queda un tenue aroma de su presencia, una presencia que nos persigue hasta que hacemos las paces con ellos y los dejamos marchar. El problema, sin embargo, es que tendemos a gastar mucha energía en intentar evitar la verdad. Construimos una imagen de nosotros mismos que pretende protegernos de la confrontación con nuestros fantasmas. De ahí que a menudo sólo nos encontremos con ellos a altas horas de la noche, en los pasillos de nuestros sueños.