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  • Fire supuso que tenía que estar allí para dar discursos enardecedores y liderar la carga en la refriega, o lo que fuera que hicieran los comandantes en tiempos de guerra. Le molestaba su competencia en algo tan trágico y sin sentido. Deseaba que él, o alguien, arrojara su espada y dijera: "¡Basta! Esta es una manera tonta de decidir quién manda'". Y le pareció, mientras las camas de la sala de curación se llenaban, se vaciaban y se llenaban, que estas batallas no dejaban mucho de lo que encargarse. El reino ya estaba roto, y esta guerra estaba haciendo más pequeños los pedazos rotos.

    Kristin Cashore (2009). “Fire”, p.250, Penguin