Si Charles Lindbergh, volando sin más instrumentos que un bocadillo de mortadela, consiguió cruzar el Atlántico y aterrizar sano y salvo en una pista completamente cubierta de franceses, ¿por qué los aviones actuales, equipados con radares y ordenadores y botellas de licor individualizadas, son incapaces de hacer frente a la niebla?