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  • Volvió a nevar y volvió a salir el sol. Por las mañanas, de camino a la estación, Franklin contaba los nuevos muñecos de nieve que habían surgido misteriosamente de la noche a la mañana o los viejos que habían enfermado y yacían destrozados -una cabeza por aquí, un cuerpo roto y tres trozos de carbón por allá- y un día levantó la vista de un trozo de papel de arroz color nieve y supo que había terminado. Así de sencillo: uno se inclinaba sobre su trabajo noche tras noche y un día estaba acabado. La nieve seguía manchando el suelo, pero de los arces de azúcar colgaban racimos de flores amarillo-verdosas.