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Las trabajadoras, en parejas, grupos y enjambres, merodeaban junto a los escaparates, eligiendo sus futuros tocadores entre una resplandeciente exhibición que incluía hasta un pijama de seda de hombre colocado domésticamente sobre la cama. Se paraban delante de las joyerías y escogían sus anillos de compromiso, sus alianzas de boda y sus relojes de pulsera de platino, y luego pasaban a inspeccionar los abanicos de plumas y las capas de ópera; mientras tanto, digerían los bocadillos y los Sundaes que habían comido en el almuerzo.