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  • Amaneció, no el cielo llameante que promete tormenta, sino un amanecer dorado de promesa infinita. Los pájaros salieron volando del este en forma de cuña, y la niebla se disipó en suaves guirnaldas de plata bañadas por el sol. El color volvió al mundo. La hierba resplandecía con un verde tan vivo que parecía palpitar, como una llama, desde algún fuego oculto en la tierra; los bosques lejanos adquirieron todos los sorprendentes y profundos tonos carmesí y púrpura de su colorido invernal; las riberas estaban salpicadas de sus joyas de líquenes y musgo brillante, y por encima de los setos húmedos brillaban orbes de luz disparados por el sol.