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  • Era terriblemente peligroso dejarse llevar por los pensamientos cuando se estaba en cualquier lugar público o al alcance de una telepantalla. La cosa más insignificante podía delatarte. Un tic nervioso, una mirada inconsciente de ansiedad, el hábito de murmurar para sí mismo... cualquier cosa que llevara consigo la sugerencia de anormalidad, de tener algo que ocultar. En cualquier caso, llevar una expresión inadecuada en la cara... era en sí mismo un delito punible. Incluso había una palabra para ello en neolengua: facecrime.

    George Orwell, A.M. Heath (2003). “Animal Farm and 1984”, p.161, Houghton Mifflin Harcourt