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El discurso de su compañera bajó ahora de su tono animado hasta entonces, a nada más que una breve y decisiva frase de alabanza o condena sobre el rostro de cada mujer que encontraban; y Catalina, después de escuchar y asentir todo lo que pudo, con toda la cortesía y deferencia de la joven mente femenina, temerosa de aventurar una opinión propia en oposición a la de un hombre seguro de sí mismo, especialmente cuando se trata de la belleza de su propio sexo, se aventuró por fin a variar el tema.