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  • Tres veces al día Petrovich se presentaba en la enfermería para recibir sus inyecciones, siempre utilizando él mismo la aguja hipodérmica como el más cobarde de los yonquis, aunque después de inyectarse tocaba el piano de concierto en el auditorio con asombrosa maestría, como si la insulina fuera el elixir de la genialidad.