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  • Hace un año, en esta ocasión, llamé su atención sobre los abusos que se habían deslizado en la distribución de nuestros fondos públicos, y les urgí y supliqué que, en lo que concierne a la Iglesia y a sus miembros, no ensuciáramos nuestras manos con la generosa efusión de fondos que el gobierno nos estaba dando. Renuevo esa súplica ahora. Mis hermanos y hermanas, por el bien del gobierno que amamos, por el bien del gobierno que creemos que fue divinamente inspirado, sean honestos con él. Sean honestos, sólo ordinariamente honestos. Eso es todo lo que pido.