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Ha ocurrido algo peculiar. Mientras escribo, ninguno de los candidatos republicanos al Senado se ha convertido en una vergüenza pública. Al contrario: Por primera vez en una década, son los candidatos demócratas, y no los republicanos, los que son pasto de los cómicos nocturnos. Que los demócratas cometan meteduras de pata y provoquen escándalos a un ritmo mayor que los republicanos no sólo puede ser decisivo en la batalla por el Senado. Podría ser la señal de un cambio en nuestra política en general.