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  • De ahí la importancia de la paciencia en el Nuevo Testamento, que se convierte en el constituyente básico del cristianismo, más central incluso que la humildad: el poder de esperar, de perseverar, de aguantar, de resistir hasta el final, no para trascender las propias limitaciones, no para forzar las cosas jugando al héroe o al titán, sino para practicar la virtud que está más allá del heroísmo, la mansedumbre del Cordero que es conducido.