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  • Tuve la suerte de ver con mis propios ojos la reciente caída de la Bolsa, donde se perdieron varios millones de dólares, una turba de dinero muerto que se deslizó hacia el mar. Nunca como entonces, entre suicidios, histeria y grupos de desmayados, he sentido la sensación de la muerte real, la muerte sin esperanza, la muerte que no es más que podredumbre, pues el espectáculo era aterrador pero carente de grandeza... Sentí algo así como un impulso divino de bombardear todo aquel cañón de sombra, donde las ambulancias recogían a los suicidas con las manos llenas de anillos.