El cristianismo se fijó como meta satisfacer los deseos inalcanzables del hombre, pero por esa misma razón ignoró sus deseos alcanzables. Al prometer al hombre la vida eterna, le privó de la vida temporal; al enseñarle a confiar en la ayuda de Dios, le quitó la confianza en sus propias fuerzas; al darle fe en una vida mejor en el cielo, destruyó su fe en una vida mejor en la tierra y su esfuerzo por alcanzarla. El cristianismo dio al hombre lo que su imaginación desea, pero por esa misma razón fracasó en darle lo que real y verdaderamente desea.