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  • Sin duda me había ocurrido algo durante la noche. O después de meses de tensión había llegado al borde de algún precipicio y ahora caía, como en un sueño lentamente, aun cuando seguía sosteniendo el termómetro en la mano, aun cuando estaba de pie con las suelas de las zapatillas en el suelo, aun cuando me sentía sólidamente contenida por las miradas expectantes de mis hijos. Era culpa de la tortura que me había infligido mi marido. Pero bastaba, tenía que arrancar el dolor de la memoria, tenía que lijar los arañazos que dañaban mi cerebro.