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  • Para ser mucho para Dios, debemos ser mucho con Dios. Jesús, esa figura solitaria en el desierto, conocía el llanto fuerte, junto con las lágrimas. ¿Puede uno ser movido a compasión y no conocer las lágrimas? Jeremías era un santo sollozante. Jesús lloraba. Pablo también. También Juan. Aunque hay algunos intercesores llorosos entre bastidores, te concedo que para nuestro cristianismo moderno, rezar es extraño.