-
El problema ya no es conseguir que la gente se exprese, sino proporcionar pequeños resquicios de soledad y silencio en los que eventualmente puedan encontrar algo que decir. Las fuerzas represivas no impiden que la gente se exprese, sino que la obligan a expresarse. Qué alivio no tener nada que decir, el derecho a no decir nada, porque sólo entonces existe la posibilidad de encuadrar lo raro, o cada vez más raro, lo que podría valer la pena decir.