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  • Así siguieron, y siguieron, y siguieron -en el lenguaje de los libros de cuentos- hasta que por fin las luces del pueblo aparecieron ante ellos, y la aguja de la iglesia proyectó un largo reflejo sobre la hierba del cementerio; como si fuera un reloj (¡ay, el más verdadero del mundo!) que marcaba, cualquiera que fuera la luz que brillara desde el Cielo, el paso de los días y de las semanas y de los años, mediante alguna nueva sombra sobre aquel suelo solemne.

    Charles Dickens (1872). “Works of Charles Dickens”, p.123