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  • Desde hace dos mil años, la Iglesia es la cuna en la que María deposita a Jesús y lo confía a la adoración y contemplación de todos los pueblos. Que la humildad de la Esposa haga resplandecer aún más la gloria y el poder de la Eucaristía, que ella celebra y atesora en su corazón. En el signo del Pan y del Vino consagrados, Cristo Jesús resucitado y glorificado, luz de las naciones, revela la realidad perenne de su Encarnación. Él permanece vivo y real en medio de nosotros para alimentar a los fieles con su Cuerpo y su Sangre.