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Nuestras intenciones -advertidas o inadvertidas, burdas o sutiles- contribuyen a nuestro sufrimiento o a nuestra felicidad. Las intenciones a veces se llaman semillas. El jardín que crezca dependerá de las semillas que plantemos y reguemos. Mucho tiempo después de realizar un acto, el rastro o el impulso de la intención que hay detrás permanece como una semilla, condicionando nuestra felicidad o infelicidad futuras.