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A menos que miremos a una persona y veamos la belleza que hay en ella, no podremos aportarle nada. No se ayuda a una persona discerniendo lo que está mal, lo que es feo, lo que está distorsionado. Cristo miraba a todos los que encontraba, a la prostituta, al ladrón, y veía la belleza que allí se escondía. Tal vez estaba distorsionada, tal vez dañada, pero no dejaba de ser belleza, y lo que hizo fue resaltar esa belleza.