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  • [La religión] nos ataca en nuestra integridad más profunda, el núcleo de nuestro amor propio. La religión dice que no distinguiríamos el bien del mal, que no distinguiríamos un acto malvado y perverso de un acto humano decente sin el permiso divino, sin la autoridad divina o, peor aún, sin el temor a un castigo divino o la esperanza de una recompensa divina. Nos despoja del derecho a decidir por nosotros mismos, como siempre han hecho todos los seres humanos, qué es una acción humana correcta y qué no lo es.