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Durante mucho tiempo he sido consciente de que, mientras me esforzaba por prestar a nuestro país el mayor de todos los servicios, el de regenerar la educación pública y situar a nuestra nueva generación al nivel de nuestros estados hermanos (que hasta ahora han ostentado con orgullo), estaba desempeñando la odiosa función de un médico que vierte la medicina por la garganta de un paciente insensible a necesitarla.