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  • Cada mañana, durante la meditación, me preparo para la lucha de todo el día. La Santa Comunión me asegura que obtendré la victoria; y así es. Temo el día en que no comulgue. Este pan de los Fuertes me da toda la fuerza que necesito para llevar a cabo mi misión y el valor para hacer todo lo que el Señor me pida. El valor y la fuerza que hay en mí no son míos, sino de Aquel que vive en mí: es la Eucaristía.