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A los dieciséis era estúpido, confuso e indeciso. A los veinticinco era sabio, seguro de mí mismo, prepotente y asertivo. A los cuarenta y cinco soy estúpido, confuso, inseguro e indeciso. ¿Quién iba a decir que la madurez no es más que un breve paréntesis en la adolescencia?