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  • El mundo en que vivimos se beneficiaría enormemente si los hombres y mujeres de todas partes ejercieran el amor puro de Cristo, que es bondadoso, manso y humilde. No tiene envidia ni orgullo. Es desinteresado porque no busca nada a cambio. No tolera el mal ni la mala voluntad, ni se regocija en la iniquidad; no tiene lugar para la intolerancia, el odio o la violencia. Se niega a tolerar el ridículo, la vulgaridad, el abuso o el ostracismo. Anima a personas diversas a vivir juntas en el amor cristiano, independientemente de sus creencias religiosas, raza, nacionalidad, situación económica, educación o cultura.