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El hombre corriente es pasivo. Dentro de un estrecho círculo (la vida doméstica, y tal vez los sindicatos o la política local) se siente dueño de su destino, pero frente a los grandes acontecimientos está tan indefenso como frente a los elementos. Lejos de esforzarse por influir en el futuro, simplemente se tumba y deja que las cosas le sucedan.