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El primer deber de un conferenciante: entregarte, tras una hora de discurso, una pepita de pura verdad para que la envuelvas entre las páginas de tus cuadernos y la guardes en la repisa de la chimenea para siempre.
El primer deber de un conferenciante: entregarte, tras una hora de discurso, una pepita de pura verdad para que la envuelvas entre las páginas de tus cuadernos y la guardes en la repisa de la chimenea para siempre.