Considérelo en su encarnación más elevada: el profesor universitario. ¿Cuál es su función? Sencillamente, transmitir a las nuevas generaciones de imbéciles un conjunto de supuestos conocimientos fragmentarios, intrascendentes y, en gran parte, falsos. Toda su actividad profesional está circunscrita por los prejuicios, vanidades y avaricias de los administradores de su universidad, es decir, un comité de jaboneros, fabricantes de clavos, directores de bancos y políticos. En el momento en que ofende a estas alimañas, se hunde. No puede ni pensar en voz alta sin correr el riesgo de que le abaniquen las bragas.