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  • Me quedé tumbada en silencio, atesorando mi pequeña dignidad. No pregunté por la puerta ni por el armario. No cuestioné el ritual de la hora de dormir en el que, sobre las frías baldosas del cuarto de baño, me extendían a diario y me examinaban en busca de defectos. No sabía que mis huesos, esos sólidos, esas piezas de escultura no se astillarían.