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  • Aquellas últimas semanas, que abarcaban el final del verano y el comienzo de otro otoño, están borrosas en la memoria, quizá porque nuestra comprensión mutua había alcanzado esa dulce profundidad en la que dos personas se comunican más a menudo en silencio que con palabras: una quietud afectuosa sustituye a las tensiones, las charlas desenfadadas y las persecuciones que producen los momentos más vistosos, más, en el sentido superficial, dramáticos de una amistad.