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  • Fue un camino tranquilo - Me preguntó si yo era suyo - No respondí con la lengua, sino con los ojos - Y entonces me llevó ante este ruido mortal Con rapidez, como de carros y distancia, como de ruedas. Este mundo se desvaneció como los acres de los pies de alguien que se inclina desde un globo sobre una calle de éter. El Golfo no estaba detrás, Los Continentes eran nuevos - La Eternidad era debida. No había estaciones para nosotros, no era de noche ni de mañana, sino que el amanecer se detenía en el lugar y se fijaba en el alba.

    Emily Dickinson (1998). “The Poems of Emily Dickinson”, p.743, Harvard University Press