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  • Respiraba, lo que siempre es buena señal. Con toda la delicadeza que pude, lo levanté, lo coloqué sobre la toalla, lo envolví con ella y lo metí en el coche. Conduje hasta la clínica de urgencias, con el gato ronroneando en el asiento a mi lado. "¿Cómo se llama?", me preguntó el joven de recepción mientras me llevaban la toalla y el gato a una habitación trasera. "John Tomkins", dije. "Eso es diferente", dijo el recepcionista, anotándolo. "Era un pirata", dije. "Quiero decir Tomkins. No sé lo del gato. (...)