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Dios nunca es un Dios de desaliento. Cuando tengas un espíritu o un pensamiento desalentador en tu mente, puedes estar seguro de que no viene de Dios. A veces Dios trae dolor a sus hijos: condena por el pecado, arrepentimiento por la caída, desafíos que nos asustan o visiones de su santidad que nos abruman. Pero Dios nunca trae desánimo.