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Con esa estatura, más un rostro de una fealdad tan trascendente que resultaba grotescamente bello, era obvio por qué había abrazado una vida religiosa: Cristo era el único hombre del que podía esperar un abrazo a cambio.
Con esa estatura, más un rostro de una fealdad tan trascendente que resultaba grotescamente bello, era obvio por qué había abrazado una vida religiosa: Cristo era el único hombre del que podía esperar un abrazo a cambio.