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  • Estar cuerdo, sostenía, era estar sedado por la melancolía o activado por la histeria, dos respuestas que estaban "siempre e igualmente justificadas para los que tienen una visión sólida". Todas las demás eran irracionales, meros síntomas de imaginaciones ociosas, de memorias sin trabajo. Y por encima de estas respuestas mundanas, la única elevación permitida, la única trascendencia válida, era una sardónica: una dicha que aniquilaba el universo con burlas de oscura alegría, un éxtasis consciente. Cualquier otra cosa en el camino del "misticismo" era un signo de desviación o distracción, y una herejía a lo obvio. ("La Medusa")