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  • Y eso es suficiente para elevar tus pensamientos a lo que puede suceder cuando el alma redimida, más allá de toda esperanza y casi más allá de toda creencia, aprenda al fin que ha complacido a Aquel para quien fue creada. Entonces no habrá lugar para la vanidad. Estará libre de la miserable ilusión de que es obra suya. Sin ninguna mancha de lo que ahora llamaríamos auto-aprobación, se regocijará inocentemente en lo que Dios la ha hecho ser, y el momento que cura para siempre su viejo complejo de inferioridad también ahogará su orgullo... La humildad perfecta prescinde de la modestia.