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Llegamos hasta la vieja loba a tiempo de ver cómo un feroz fuego verde se extinguía en sus ojos. Me di cuenta entonces, y lo he sabido desde entonces, de que había algo nuevo para mí en esos ojos, algo que sólo ella y la montaña conocían. Yo era joven entonces y tenía el gatillo fácil; creía que, como menos lobos significaban más ciervos, la ausencia de lobos significaría el paraíso de los cazadores. Pero después de ver morir el fuego verde, intuí que ni el lobo ni la montaña estaban de acuerdo con esa opinión.