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  • No olvides, no olvides nunca, que me has prometido utilizar el dinero para convertirte en un hombre honrado'. Valjean, que no recordaba haber hecho promesa alguna, guardó silencio. El obispo había pronunciado las palabras lenta y deliberadamente. Concluyó con un énfasis solemne: Jean Valjean, hermano mío, ya no perteneces al mal, sino al bien. He comprado tu alma para salvarla de los pensamientos negros y del espíritu de perdición, y se la entrego a Dios.