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Cuando tenía diez años, leía cuentos de hadas en secreto y me habría avergonzado si me hubieran descubierto haciéndolo. Ahora que tengo cincuenta, los leo abiertamente. Cuando me hice hombre, dejé a un lado las cosas de niño, incluido el miedo a la niñería y el deseo de ser muy adulto.