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Con el tiempo, el rostro del agua se convirtió en un libro maravilloso, un libro que era una lengua muerta para el pasajero inculto, pero que me contaba su mente sin reservas, transmitiéndome sus secretos más preciados con tanta claridad como si los pronunciara con una voz. Y no era un libro para leer una vez y tirarlo a la basura, porque tenía una nueva historia que contar cada día.