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  • Con ello, el conmovedor encanto desapareció. Dentro de la quinta máquina, todo era malignidad desenfrenada. Flores deformes clavaban monstruosos colmillos cornudos y trompetas terminadas en sonoros dientes a través de las paredes carmesí, desgarrándolas; el voraz jardín se abalanzaba sobre su presa y cada ladrillo se mostraba en el acto de caer. En medio de la violencia de esta transformación, continuaba el olvido del abrazo. La muchacha despierta, en toda su belleza juvenil, seguía abrazada a un amante al que se le había caído toda la carne. Era un esqueleto sonriente.