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Se podría esperar que algunos espíritus más audaces despreciaran la cautelosa moderación de estos tímidos razonadores y pronunciaran con decisión que la Biblia era una falsificación, mientras que la generalidad, profesando creerla genuina, debería, con menos coherencia, estar satisfecha con permanecer ignorante de su contenido, y cuando se les presionara, descubrirían de ninguna manera creer muchos de los detalles más importantes contenidos en ella.