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Vamos de Malaquías a Mateo en una página de nuestras Escrituras, pero ese trozo de papel que separa el Antiguo Testamento del Nuevo Testamento representa 400 años de historia: 400 años en los que no hubo profeta, 400 años en los que no se oyó la voz de Dios. Y ese silencio se rompió con el llanto de un bebé en la noche de Navidad.