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Estaba terriblemente seguro de que los árboles y las flores eran lo mismo que los pájaros o las personas. Que pensaban cosas y hablaban entre ellos. Y que podíamos oírlos si lo intentábamos de verdad. Sólo era cuestión de vaciar la cabeza de todos los demás sonidos. Estar muy callado y escuchar mucho. A veces sigo creyendo eso. Pero nunca se está lo bastante callado.