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  • Creo que parte de lo que impulsa la ciencia es la sed de asombro. Es una emoción muy poderosa. Todos los niños la sienten. En un aula de primer curso todos la sienten; en una de duodécimo casi nadie la siente, o al menos no la reconoce. Algo ocurre entre primero y duodécimo curso, y no es sólo la pubertad. En las escuelas y los medios de comunicación no sólo no se enseña mucho escepticismo, sino que tampoco se fomenta mucho este sentido de la maravilla. Tanto la ciencia como la pseudociencia despiertan ese sentimiento. La escasa divulgación científica crea un nicho ecológico para la pseudociencia.