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A veces la verdad brilla tan intensamente que la percibimos tan clara como el día. Nuestra naturaleza y nuestro hábito corren entonces un velo sobre nuestra percepción, y volvemos a una oscuridad casi tan densa como antes. Somos como aquellos que, aunque contemplan frecuentes relámpagos, siguen encontrándose en la oscuridad más densa de la noche.